Escribe: el Crack


El sueño mayor de un niño que practica el fútbol, es ponerse los guayos el día del partido y vestirse la camiseta. Muchos son ordenados, embetunan sus botines, les dan brillo y los cuidan. Hay quienes ponen su nariz en el cuero y los huelen. Les gusta su olor. Duermen con ellos, bajo la almohada, a un lado, los abrazan. Recuerdan el último duelo. Y finalmente se duermen, soñando con el día siguiente: domingo, el día esperado de la semana. Puede ser también otro día. Pero el domingo son los partidos, se juegan los torneos. Y el pibe, como en Argentina, cuenta las horas. Quiere ganar. Que su equipo sume puntos. Imagina la cancha, corre y dribla, gambetea dejando adversarios en su camino, el arco contrario está más cerca. Pero debe encarar al central, el líbero del equipo contrario y éste también sueña; se quiere comer todos los balones. Es rápido y certero en cada uno de sus cierres. Ambos muchachos están teniendo el mismo sueño. No se conocen, pero se verán en la cancha. Y llega el día. Hoy es domingo y los infantiles se ponen los guayos, las medias, la pantaloneta y por último su número: el 10, el armador, el cerebro, el de la periferia, el de las ideas. En el rival, el 3, la muralla, el que ordena desde atrás. Se las come por arriba y por abajo, es calidoso, difícil de pasar. Y allí van, a la cancha, haciendo piques, cortos y largos, saltan, juegan al bobito, a esconder la de cuero, la esférica, de gajos blancos y negros. Sus padres desde la raya los animan. Sus amigos y vecinos también. Dicen que van para las inferiores del Caldas o el Pereira.




A Carlos Enrique Orozco y José Jesús Franco pudo haberles pasado lo mismo. El primero puntero derecho, de raya, con buen dribling y velocidad, de centros en busca del 9, el centrodelantero. Quizás con las características de un “Pipa” Botero o de un “Mincho” Cardona. De un Once Caldas con Velitas Pérez y Mirabelli. O de un poderoso matecaña con César Cueto, Larrosa y el “Martillo” Penagos. El segundo, marcador izquierdo, no un “Bombillo” Castro como el del Ballet Azul o un “Pecoso” Castro en el Cali de Bilardo. Pero sí, un buen marcador, con buena salida. Ambos amigos. Ambos hinchas del Once Caldas.
¿CÓMO SE CONOCIERON?
En el colegio nacional Francisco José de Caldas, siendo bachilleres. Y se conocieron jugando fútbol, en equipos contrarios. No recuerdan cuántas veces se enfrentaron y quién ganó más duelos. Pero el tiempo y el balón los pondría de nuevo en una cancha. Ahora ya no como futbolistas sino como directores técnicos. Dirigiendo desde la raya, haciendo fuerza y aplaudiendo. Apretando los dientes y manoteando. Con una sonrisa si ganan y con una cara larga si pierden. Y eso es el fútbol. Pero no solo los apasiona el futbol de sus pibes sino su formación, la academia, el estudio y la disciplina. Y desde ángulos opuestos tienen la misma meta y los mismos sueños: trabajar por el semillero de Santa Rosa de Cabal. Buscando que esos pequeños soñadores no se pierdan. Que, si no llegan a ser profesionales con el balón, sean hombres útiles desde la empresa y la familia. Y en eso coinciden. Pero ahora tienen un rival, el coco de Real Juventud y Club Deportivo Barrio Caldas: Estudiantes, dirigido por otro maestro del fútbol aficionado, Luis Eduardo González. Azules, verdes y rojos contra una divisa que ganaba torneos en diferentes categorías. Cuenta José Jesús que uno de sus momentos más felices fue haber vencido a Estudiantes y ganar un título aficionado.
JUNTOS EN LA RAYA Finalmente, Carlos Enrique y José Jesús unieron esfuerzos y trabajaron por un solo equipo: Real Juventud. Equipo que los llenaría de satisfacciones y triunfos. Carlos Enrique había renunciado al Caldas por falta de patrocinio y José Jesús contaba con un gran amigo de su escuela: Luis Fernando Murillo. Un comerciante que les suministraba balones, uniformes y guayos a los “pelaos” con más necesidades económicas. También el transporte cuando tenían que movilizarse a otros escenarios. Una escuela que llegó a tener niños desde los ocho y diez años hasta categorías de jóvenes de quince y dieciséis años. Todos de Santa Rosa de Cabal. Y tanto el amor por el fútbol y la escuela que este par de técnicos decidieron un día viajar a Cali y capacitarse en la Escuela Nacional del Deporte. Allí se prepararon en monitorias. Aprendieron a ser encuestas y, de esta manera, conocer más de cerca a sus jugadores y familias. Técnicos que en las noches hacían rondas a las casas de los integrantes de su escuela. Querían ver en qué condiciones vivían las nuevas promesas del fútbol del Eje Cafetero; y por qué no de un club grande del país. Como lo haría el médico, Gabriel Ochoa Uribe y otros técnicos en Colombia y el mundo en su momento. Y de esa escuela saltarían jugadores a la profesional: Luis Fernando Murillo, al Pereira; John Jaime Marín al Once Caldas. Por su dedicación y persistencia, estos forjadores de semillas y promesas del balompié criollo, recibirían reconocimientos de importantes empresas del sector oficial y privado. Entre ellas, Empocabal, Sociedad de Mejoras Públicas, Centro Recreacional los Toboganes, Alcaldía y Concejo Municipal, entre otros. Hoy en esta página, Carlos Enrique y José Jesús, quieren rendirle honores a su gran amigo, Jaime Valencia. Técnico también de una escuela recordada por los amantes del fútbol santarrosano: Real Juventud. Solo queda la enorme satisfacción para estos paladines del deporte de multitudes, haber contribuido al sueño de hacer un mejor país a punta de gambetas y goles. Bien por este par de amigos.






