Por: Hugo Posada S.
Teniendo en cuenta las múltiples experiencias que ha tenido este animal bípedo llamado hombre. ¡Tantas! Que lo han llevado a ser más que un individuo; un realizador de sueños, hacedor e historiador de su propia evolución y forjador de culturas, aunque esto no quiere decir que tenga la razón y sea del todo práctico ese deseo de convertir en hecho lo que pasa por su imaginación, porque eso sí, es artífice de las cosas más majestuosas, pero, ante todo, es el culpable de hacer que el equilibrio natural se incline hacia el silencio progresivo de su propia fábula y poner en riesgo a sus compañeros de viaje en esta nave llamada tierra.
Hoy por hoy se encuentra cada vez más solo y creo que por eso el avance tecnológico que ha logrado es impresionante, cosa que en apariencia no tiene nada de malo, el nudo está en que la punta de lanza de esta especialidad viaja mucho más rápida y es más incisiva que la educación; esto lo ha llevado a caer en un mundo paralelo bajo los parámetros de la virtualidad, un juego diseñado para que superemos las pruebas, venzamos el monstruo, nos gastemos las monedas y todo esto salvaguardando la única vida que nos dan en este estrecho universo de roles, en el que hay dos grupos de avatares que son los peones del inmenso tablero, que, aunque iguales en apariencia y en capacidades, sus historias de vida son distintas y sus poderes adquisitivos dependen de los créditos adquiridos o heredados, desigualdad evidente que se traduce en oportunidades y son esas diferencias, la base de un conflicto sin razón.
Ahora hablemos un poco de los jugadores, los primeros son los llamados fulanos de tal, en su mayoría religiosos, trabajan y les encanta hablar del deber cumplido; los mismos que no se atreven a ser profetas en su tierra, aunque tienen todas las oportunidades prefieren hacerlo por fuera, tienen una vida estructurada de principio a fin, por eso son insatisfechos con lo que poseen, se aferran a unos principios que jamás los llevarán a los finales. Sueñan y salen adelante a toda costa, son individuos que sostienen como discurso que la comodidad es sinónimo de evolución, no les importa destruir su despensa y venden hasta su madre si eso les representa unas monedas que les aseguren dos cosas, acumular y un lugar en el reino de sus cielos. Los otros, comúnmente llamados zutanos, así, a secas, sin apellidos. Individuos que se levantan mucho más temprano en la mañana o laboran hasta entrada la madrugada, se les encuentra parados en las esquinas tomando tinto y conversando abiertamente de cosas muy coloquiales, sus familias son abiertas y acogen a todo el que es amable, mas no cordial, cuando desempeñan un oficio lo hacen con esmero y por largas jornadas, aunque sus salarios son menores se las arreglan y les queda más tiempo para compartir, son más auténticos a la hora hablar, la mayoría cree en dios aunque no saben mucho de religión, su fe puede llegar a ser extrema y viven con la certeza que el tener no es para siempre.
Este análisis tan escueto tiene un fin particular y es contar a los lectores que, aunque parezca que son distintos estos dos individuos por su modo de sobrevivir en este juego, al que no se entra de manera voluntaria, ni se escoge en que grupo vas a nacer o terminarás cuando las rayitas de poder marquen el fin de tu humana existencia. Para los creadores de los logaritmos que le dan vida a la ambientación en donde se desenvuelve no tienen ninguna diferencia, ambos son vistos como números generadores de consumo, entes que trabajan con el fin de adquirir y entre más adquieren más quieren. Fábricas incansables que tributan con cada movimiento y en cada transacción amplían la brecha entre aquel que tiene y el que anhela poseer, sumergiendo lo que queda de la especie en un remolino de espejos y prejuicios que nos llevan sin freno a mendigar verdadera calidad de vida y en algún tiempo a la autodestrucción.