Por: María del Pilar Castrillón
Pávida es la lumbre de tu dicha y la mía,
sombra inquieta del errante vino que nos endulza la boca aun siendo viñedo,
somos un destino ingenuo ebrio y preso de este arsenal de ilusiones que callan las miradas,
el dulzor de la urna frágil que nos asombra,
el clamor de la copa tibia que se desborda y nos conquista,
que nos embriaga de palabras sordas y latidos tristes.
Porque elegir la gloria de este embeleso inquieto
es apagar el grito de este delirio que desnuda tu juvenil colmena de besos en otoño;
alondras y jardines llegan pronto tras un mes de julio veranero,
que si llega el otoño será ufanía o miedos.
Hay cólera en las pupilas,
música en las venas
y
se enardece el sueño en temblorosa huida.
Hoy abarcó la gloria de tu alma y la mía,
y la mies es blanca,
el poema es nocturno y tu voz la fragancia de este vuelo libre
que es cruzar la cumbre de lustrosa entrega.
Déjame besar tu asombro ahora que el instante es nuestro,
Y que el barco cómo en horas de ayer se lo lleva el viento,
no se apagan las velas y se aprecia el timón a través del tiempo…