LOS LIBROS DE SELMAR             

#Especial para el Periódico EL FARO | por: Francisco González Medina

Tirándole flechas al cielo encontró Selmar el nombre de su librería. Un título que creyó verlo surgir de las constelaciones nocturnas. O del hombre solitario al que sorprendió leyendo en el autobús un libro. Y que inspirara el nombre que andaba buscando: “Cúmulo de estrellas”. La animó saber que su nombre de pila tenía la protección de Dios y que, su destino, aun sin conocerlo, la encontró leyendo sus primeros libros. Entonces Carmen Selmar Amaya Echeverry, lejos del ancestro italiano de su bisabuelo y tatarabuelo, hubiera querido viajar y conocer la tierra de Sicilia y conocer más de la familia Fosse. Apellido que, en un lugar de la historia, había desaparecido de los suyos sin dejar rastro. Como si el mar de las Bermudas lo hubiera tragado. Sabía que sus padres se habían conocido en la Bella Italia. Él, Willmar Amaya, y ella, María Echeverry, no lograrían escapar a ese hado del encuentro causal que uniría sus vidas como en una historia de amor inesperada.  Un romance que los traería de vuelta a su país. A un pueblo llamado Salamina en el norte de Caldas. Tomado su nombre de “la calma y la paz” de una isla del mar Egeo, llamada también Salamina. Pero la población caldense por su legado cultural sería conocida como La ciudad Luz, haciendo honor a poetas, músicos, actores y escritores nacidos y criados en la tierra fundada por Fermín López Buitrago. Un coloso de las montañas que dejaría huella en Santa Rosa de Cabal y otros poblados de extirpe cafetera. Y en Salamina, Selmar abriría sus ojos a los colores, olores y sabores del mundo.

Pronto esta chiquilla, tímida, quizá la más tímida entre sus hermanos y primos, parecía predestinada por las tías y su madre a ser la monja de la familia. Y ella, entre el recato y el respeto, asumiría con disciplina la elección de su abuela y bisabuela para vestir los hábitos del noviciado. La elegida a convertirse en una nueva carmelita o hermana vicentina, empezaría su entrenamiento rezando Los mil jesuses que a veces no terminaba. Unas veces por cansancio y otras por los ataques del bostezo y el sueño. Entonces la pequeña Selmar que, todos llamaban Carmen por ser su primer nombre, sufría de dislexia. Y pronto sus padres descubrirían que tenía dificultad con el aprendizaje de la lectura y la escritura. Motivo por el cual podría gastarse dos o tres páginas de un cuaderno para escribir una palabra. Pero la tenacidad de sus padres; y sobre todo el empeño y la constancia de su profesor, la sacarían adelante. Recuerda que era la única entre sus primos que iba a misa. Y que gracias seguramente a sus oraciones y a las de sus abuelas, no solo pudo aprender a leer bien, sino que empezaría a sentir curiosidad por los libros. Y también por la bicicleta y el balón de fútbol. Sus mejores vacaciones entonces las pasaría en casa de su abuela. Y de ella aprendería a conocer los encantos y misterios de las matas. Mi abuela, me dice, creía que ellas tenían el poder de purificar la casa. Hoy le da la razón porque ella también cree que las plantas están dotadas de encantos y misterios. Desde entonces no dejaría de disparar flechas al cielo en busca de su estrella. Creía que escritores y poetas eran también como las estrellas. Y trepada en una bicicleta, de vacaciones en casa de su abuela, veía cómo la lectura de las novenas la acercaba a los astros que rotaban en sus sueños. Que Leo —su signo— en sus pies y en los pedales empezaba a explorar caminos estelares. Que los nacidos como ella en la casa de Leo, eran entusiastas, comprensivos, amantes a los lujos y las aventuras. Hoy coquetea con los astros. Sonríe y recuerda con alegría que jugó con muñecas hasta los diecisiete años. Pero que también a sus trece un enamorado le enviaba cartas y chocolatinas. Que se enamoró del fútbol europeo estudiando en la Normal de Salamina. Entonces hacía parte de un equipo de microfútbol. Ríe y me dice: “Era la Cristiano Ronaldo de mi equipo, creo que por mi arrogancia y elegancia”. Pero pronto también se daría cuenta que el balón sería algo pasajero y que su futuro no tendría nada que ver con las estrellas del fútbol, pero sí con las estrellas de los libros.

Carmen Selmar Amaya Echeverry

Selmar pasa sus ojos por el espacio de su librería y observa algunos títulos y autores: García Márquez, En agosto nos vemos; a Isabel Allende su autora preferida. De ambos hay cuadros. También un retablo de Cortázar. Y creo que J.J. Benitez, autor de la saga “Caballo de Troya”. Seguramente el que inspiró a Spielberg para llevar al cine el tema extraterrestre. Su paso por UTP —Universidad Tecnológica de Pereira— la engancharía definitivamente con la literatura. Pero también con las obras de Paulo Cohello, Savater y los volúmenes de Harry Potter; “El camino del hombre espiritual”, porque en “Cúmulo de estrellas” hay espacio también para la novela dirigida al interior del hombre. Como los libros de superación y ayuda. Los de sicología, ficción y ciencia ficción. Tomándonos un café en esta entrevista me dice que sueña con tener una librería con mucho espacio para montar una buena cafetería. Y que los visitantes puedan disfrutar de un buen café, hablen de libros y autores. También con un auditorio donde los constructores de versos puedan hacer lectura de sus poemas. Y los declamadores dejen escuchar sus voces recitando poemas de Pablo Neruda, Octavio Paz y García Lorca. O poemas de Giovanny Gómez, en honor al poeta y a “Luna de Locos”, el festival poético de la palabra en Pereira. Entonces llevados por la imaginación nos internamos en los salones de la Alejandría. Caminando en silencio, cautelosos para no despertar al cancerbero de los libros: Zenódoto, su antiguo bibliotecario. El que duerme eternamente en colchas de manuscritos. Siempre atento. Dispuesto a morir de nuevo si intentan volver a destruir la biblioteca. El eterno cuidador de los libros más antiguos del mundo. Y Selmar quiere encontrar en este templo los jardines de Babilonia. Cree que en la Alejandría tienen que haber flores amarillas como en la casa de su abuela. Pero también en las fuentes de agua porque le encantan las piletas. Y, sobre todo, el sonido del agua. Siente que hay una cascada al interior de la Alejandría. Entonces un murmullo de voces llega a sus oídos. Piensa que seguramente se trate de aquellos eruditos que enriquecieron la biblioteca del conocimiento antiguo. Entonces en la intimidad de nuestra plática escuchamos sus cuchicheos y risas. Y no sabemos por qué ríen. Seguramente han desarrollado también la telepatía. Todo es un murmullo. Pero sabemos que estamos dentro de un templo. Y nos sobrecogemos. Pero continuamos allí porque no nos hemos movido de lugar. Que hemos viajado en el tiempo como dos almas en busca de los libros perdidos o consumidos por el fuego. Los que se hicieron cenizas y desaparecieron en el mar.  Que “Cúmulo de Estrellas” no es un lugar imaginario. Que allí están los libros. Que Selmar me sigue enseñando las obras. Unas en tapa blanda y otras en tapa dura. Entonces le pregunto por la Librería Roma de Pereira. Y se estremece. La vastedad de sus libros y la imponencia de la altura de sus anaqueles hacen de esta joya un monumento a las letras y a la erudición. Le digo a mi invitada que por este portal han pasado escritores, poetas y ensayistas de la talla de Willian Ospina. Pero Selmar, nombre adoptado por ella definitivamente en el círculo de los libros y la cultura, sigue animándose con su librería. Es su sueño. Ahora volvemos al pocillo de café que ya está frío. Pero no importa. Hablar de libros será siempre una pasión. Y leer, una condena que nos hará libres.  

Una tarde un amigo suyo, me dijo: maestro, mi novia acaba de montar una librería. Y esa noticia me cayó bien. Una librería significaba un sitio para reunirse uno con otros afines al libro. El encuentro de la palabra y la tertulia. Desde entonces vengo haciéndole seguimiento a “Cúmulo de Estrellas”. Y descubrí a Selmar acomodando libros, dándole toque a su emprendimiento. Sin importarle que en un país donde se dice que la gente no lee, una librería pueda parecer una locura o un suicidio. Pero Norman Vicent Peal, creador de la teoría del pensamiento positivo, opina que el éxito de los negocios no depende solo del dinero sino de la fe que pongamos en él. Y que, esa fe, o esa convicción, es la que garantiza el éxito. Cierto o no, yo estoy de acuerdo con él. Porque creer que ya vencimos es salir vencedor sin haber empezado una guerra. Y Selmar es una guerrera. 

Pero nuestra invitada a las páginas de EL FARO no solo quiere ampliar su librería sino lograr uno de sus propósitos: hacer que la gente lea. Y lo viene haciendo con niños y jóvenes. Como docente normalista ha creado ese mismo espacio de la librería para dar cursos de lectura. Y es por eso que esta cultora del libro viene desarrollando la tarea de enamorar a niños y jóvenes leyendo en voz alta capítulos de obras seleccionadas: desde Amy el niño de las estrellas, a las aventuras de Harry Potter. En otras ocasiones invita a poetas y escritores a que presenten sus obras en su librería. Y como ésta es tan pequeña, ella organiza en un espacio de la calle la tertulia. Yo mismo la acompañé una tarde para hablar de mis novelas. Y bajo un parasol con algunas sillas esta joven mujer ha logrado atraer y cautivar con su entusiasmo. Pero también a los curiosos transeúntes que no dejan de admirar la noble tarea de la profesora. Entonces me anima cuando me dice que a los niños de ahora sí les gusta leer porque ha encontrado padres a los que también les gusta la lectura. Igual con jóvenes que llegan a su librería interesados en los libros. Hoy Selmar ha ido conformando un grupo lector a los cuales no les pierde pisada. Piensa que al niño de la escuela hay que motivarlo a leer. Que el profesor de primaria debe ser el primer motivador y quizás el más importante, pues si el profesor lee, seguramente hará que sus alumnos también lean. Pero esta excelente motivadora no se ha conformado con su espacio, sino que viene ofreciendo y promocionando sus libros por las redes. De manera virtual Selmar presenta sus títulos a quienes la siguen y a quienes la descubren. Pero también ofrece libros de segunda, originales y en buen estado. Le dan el nombre del libro y su autor y ella hace la tarea. Y el libro llegará a las manos de quien lo solicita. Sí, Selmar ha tomado muy en serio su labor de empresaria cultural. Le fascina el olor de los libros, nuevos o viejos. Como también se molesta cuando se le cae un libro. Le duele. Y lo siente. Es como si se le estropeara el cuerpo, me dice. Cree que estamos recuperando la memoria para volver a leer. Sonríe cuando me dice que está despachando libros a Dosquebradas y a Cuba. Que empezó con cincuenta libros. De pronto mira a su alrededor y no vacila en decirme que los libros son como estrellas y ella no quiere que se apaguen nunca. Como la sonrisa que dibuja siempre. La que ilumina a sus alumnos y clientes. Entonces le pregunto qué es lo que más le gusta de un libro. Y no lo piensa dos veces: 

—El tamaño, el peso, las hojas, su color y el estilo de la letra.

En otras palabras, todo. Me dice que ya empezó a escribir su libro. Que sueña con él. Con Beltain el personaje de su novela. Que se ve en una conferencia hablando de su obra. Toma en sus manos una obra de Isabel Allende y aspira su fragancia. Abre sus páginas y siente en ellas el olor de las flores amarillas de la casa de su abuela. Y quisiera saber si la “La casa de los espíritus” de la autora chilena tiene algo de la casa que fue de su abuela. Y ella cree que sí porque en todas las casas viejas conviven muertos y vivos. Asegura que todas tienen sus historias. Ha caído la noche. Y la calle que conduce a los altos de Monserrate se ilumina. Grabamos casi cuatro horas de conversación sin darnos cuenta que afuera ya se habían encendidos los bombillos. Me dice, ya para despedirnos, que recuerda mucho a su hermano Andrey. Que ya no está con ellos. Sé que su hermana llama Brigitte y su sobrinito Jean Frank. Y algo me dice que es un nombre tomado de Italia. Pero no logro relacionarlo con algún italiano. Hay muchos Jean Frank. Solo sé que es la adoración de la casa. Y la familia de Selmar es unida. Recuerda el porte de su padre: “Alto, de cara delgada y altiva”. Jean es hijo de Brigitte y muy inteligente, sobre todo, un hombrecito vivaz y culto. Y a él también le gusta leer. Y ya para concluir esta charla le pregunto por la mujer y su papel en la historia, sobre todo en el de este siglo. Ríe y me contesta dejando ver su espontaneidad y belleza: “Si la mujer se desorienta nos ponemos en riesgo todos”. Piensa que la familia se ha desconectado porque ha perdido su esencia. Y que la mujer,”siendo feminista, no debe dejar de ser mujer”. Que finalmente le hubiera gustado haber vivido en el siglo XVIII. ¿Por qué? No me lo dijo. Pero sí conocer Italia y caminar por sus calles medioevales. Meterse a un ristorante. Comer, beber y escuchar música. Entonces suelta a reírse. Y la noche en Santa Rosa carga con sus risas y con la idea —que ya está en camino— de hacer de “Cúmulo de estrellas” un círculo de lectores.                                                             

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