Más Allá del Olvido: Un Viaje Esencial para Entender y Prevenir el Alzheimer y la Demencia

Por: Dr. Andrés Felipe Usma Valencia

Esta distinción nos lleva a comprender la magnitud de una verdadera epidemia global que avanza sin freno. Datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelan que más de 55 millones de personas viven con demencia en el mundo, y se espera que este número se duplique cada 20 años, llegando a 78 millones en 2030 y a 139 millones en 2050. Este crecimiento exponencial se debe, en gran parte, al aumento de la esperanza de vida, y los países de ingresos bajos y medianos, como el nuestro, verán el mayor incremento. La demencia no solo es devastadora para el individuo y su familia, sino que también impone una carga económica enorme, estimada en billones de dólares anuales a nivel mundial, una situación que nos obliga a actuar de inmediato.

En el contexto colombiano, la situación no es menos alarmante, sino que refleja esta tendencia global. Aunque las cifras precisas varían, se estima que cerca de 260.000 colombianos padecen Alzheimer, una cifra que ha ido en aumento y que se proyecta seguirá creciendo, consolidándose como la principal causa de discapacidad en adultos mayores en el país y una de las enfermedades que genera mayor dependencia y estrés en los cuidadores. El envejecimiento de la población colombiana es un hecho, y con él, la prevalencia de estas enfermedades neurodegenerativas, un desafío que atraviesa todas las capas sociales y geográficas del país.

Frente a este panorama, surge la pregunta: ¿qué podemos hacer? Aunque no hay una cura definitiva para el Alzheimer, la ciencia nos ofrece una luz de esperanza en la prevención, con la frase “lo que es bueno para el corazón, es bueno para el cerebro” resumiendo gran parte de las recomendaciones. Mantener la mente activa y vigorosa es fundamental, aprendiendo un nuevo idioma, un instrumento musical, leyendo, jugando ajedrez o cualquier juego de estrategia, resolviendo rompecabezas o Sudoku, y participando en actividades que estimulen el pensamiento crítico, lo que ayuda a construir una “reserva cognitiva” que permite al cerebro compensar posibles daños.

Complementando la actividad mental, una alimentación consciente es crucial; una dieta rica en frutas, verduras, granos integrales, legumbres, pescado (rico en Omega-3) y grasas saludables como el aceite de oliva, ha demostrado ser protectora, mientras que limitar el consumo de carnes rojas, alimentos procesados, azúcares y grasas saturadas es esencial. De la misma forma, el ejercicio físico regular no solo beneficia el cuerpo, sino también la mente; caminar, nadar, bailar o cualquier ejercicio aeróbico que aumente el ritmo cardíaco mejora el flujo sanguíneo al cerebro y promueve el crecimiento de nuevas neuronas, recomendándose al menos 150 minutos de actividad moderada a la semana.

Además de estos hábitos, el control de factores de riesgo cardiovascular es vital, ya que la presión arterial alta, el colesterol elevado, la diabetes y la obesidad no solo son riesgos para el corazón, sino también para la demencia; un control riguroso de estas condiciones a través de dieta, ejercicio y medicación si es necesario, es crucial. No podemos olvidar la importancia del sueño de calidad, pues dormir lo suficiente y tener un sueño reparador es esencial, ya que durante el sueño el cerebro se “limpia” de toxinas y organiza la información, y la privación crónica del sueño se ha relacionado con un mayor riesgo de deterioro cognitivo. Sumado a esto, una vida social activa es un escudo, ya que el aislamiento social es un factor de riesgo; mantenerse conectado con amigos y familiares, participar en actividades comunitarias, ser voluntario o unirse a clubes, estimula el cerebro y reduce el riesgo de depresión, un factor asociado a la demencia. Por último, evitar sustancias nocivas como el tabaco y el consumo excesivo de alcohol daña los vasos sanguíneos y las células cerebrales, aumentando el riesgo de demencia, y el tratamiento de la pérdida auditiva y visual también puede reducir el riesgo, pues la dificultad para escuchar o ver puede llevar a menos interacción social y a un mayor esfuerzo cognitivo.

Una vez que se diagnostica la demencia, el enfoque se desplaza hacia el manejo de los síntomas y la mejora de la calidad de vida. Aunque no existe una cura, hay tratamientos farmacológicos y no farmacológicos que pueden ayudar a retrasar la progresión y manejar los síntomas conductuales. El manejo de la demencia implica, en primer lugar, entender la enfermedad: conocer las etapas, los posibles cambios en el comportamiento y las habilidades del paciente, lo que ayuda a la familia a prepararse y adaptarse. En segundo lugar, es fundamental crear un entorno seguro y predecible: un ambiente familiar, con rutinas estables, buena iluminación y sin muchos objetos que puedan causar caídas, es clave para reducir la confusión y la ansiedad.

Continuando con el manejo, una comunicación efectiva es esencial; adaptar la forma de comunicarse, usando frases cortas y claras, manteniendo contacto visual, hablando con calma y paciencia, y evitando discutir o corregir constantemente al paciente, ayuda a evitar frustraciones. Asimismo, la estimulación cognitiva es valiosa, continuando con actividades que el paciente disfrute y que estimulen su mente de forma apropiada para su nivel de deterioro, como escuchar música, ver fotos antiguas o hacer manualidades sencillas. Para los episodios más desafiantes, el manejo de síntomas conductuales como agitación, deambulación, agresividad o alucinaciones es común; identificar sus posibles causas (dolor, aburrimiento, frustración) y recurrir a estrategias no farmacológicas primero (cambio de ambiente, distracción, música) es vital, reservando la medicación para cuando sea estrictamente necesaria. Finalmente, el apoyo profesional a través de neurólogos, geriatras, psicólogos y terapeutas ocupacionales es fundamental para un plan de cuidado integral.

En el corazón de este desafío se encuentra el cuidador, a menudo un familiar cercano, que es el pilar fundamental de la persona con demencia. Su labor es heroica, pero también abrumadora; la demencia es la enfermedad que impone la mayor sobrecarga económica, psicológica y física en el cuidador. Por ello, es imperativo que las familias brinden apoyo y que el cuidador no se olvide de sí mismo. Una de las primeras recomendaciones para la familia y el cuidador es reconocer que no están solos; buscar grupos de apoyo para cuidadores y compartir experiencias con personas que atraviesan situaciones similares es invaluable.

Asimismo, es crucial educarse continuamente sobre la enfermedad, ya que comprender mejor el comportamiento del ser querido ayuda a reaccionar de manera más efectiva. Y fundamentalmente, hay que pedir ayuda y delegar: es imposible hacerlo todo solo; pedir a otros familiares y amigos que ayuden con tareas específicas (acompañar al médico, hacer mercado, cuidar unas horas) es esencial para evitar el agotamiento. Esto nos lleva a la vital importancia de cuidar la propia salud; priorizar el descanso, la alimentación, el ejercicio y el tiempo para actividades placenteras. Un cuidador agotado no puede cuidar bien, y el síndrome del “cuidador quemado” es una realidad que puede llevar a graves problemas de salud.

Finalmente, en este camino, la resiliencia y el cariño son los faros. La demencia es un viaje largo y lleno de desafíos, pero también de momentos de conexión y ternura. Cultivar la resiliencia —la capacidad de adaptarse y superar la adversidad— es clave; aceptar la progresión de la enfermedad, celebrar los pequeños logros y buscar el significado en medio de la dificultad, ayuda a mantener una perspectiva. Y más allá de todo, el cariño incondicional es un bálsamo; aunque la persona pueda no recordar quién eres o qué dijo hace cinco minutos, la capacidad de sentir amor, consuelo y seguridad a menudo permanece. El contacto físico, una sonrisa, una palabra amable, una canción conocida, pueden ser puentes poderosos para conectar con el ser querido. Es fundamental recordar que, aunque la mente cambie, la esencia de la persona sigue ahí, merecedora de respeto, dignidad y un amor que trascienda la memoria. La demencia y el Alzheimer son un espejo de nuestra propia vulnerabilidad, pero también un llamado a la acción. Con conciencia, prevención, investigación y, sobre todo, mucho cariño y apoyo mutuo, podemos enfrentar este desafío y construir sociedades más compasivas y preparadas para cuidar a nuestros seres queridos. El futuro de nuestra salud cerebral está en nuestras manos, y el amor es, sin duda, el mejor de los medicamentos.

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