Por: Pablo Andrés Villegas Giraldo
La historia de la humanidad ha estado rodeada de tragicómicas ironías y un ejemplo de ello es el actual conflicto entre Israel e Irán. La historia de estas dos naciones está conectada desde hace por lo menos 25 siglos y aunque es un error histórico y un anacronismo imperdonable equiparar estos dos países con el imperio persa y el pueblo judío que fue esclavizado por Nabucodonosor II, lejos de Jerusalén, en la región babilónica. Sin embargo, en la actualidad ambas naciones recuerdan con un valor semejante la figura de Ciro II, apodado el Grande, quien una vez conquistó Babilonia, decidió liberar a los judíos sin ninguna contraprestación.
Pese a las restricciones del gobierno islámico, muchos iraníes rinden homenaje cada año a Ciro II, realizan peregrinaciones a Fars (vocablo que da origen a la palabra Persia) para visitar la tumba del Conquistador en la solitaria llanura de Pasargada. Quien representa para muchos un Irán tolerante, pluralista, fundador de los derechos humanos (código Hammurabi), etc.
Por otro lado, es inadmisible que un miembro de la Knéset, que es el órgano unicameral legislativo de Israel, donde se conserva una copia del cilindro de Ciro, como símbolo del regreso del pueblo judío a Jerusalén y la reconstrucción del templo en una época de persecuciones y sufrimiento; es inadmisible, repito, que Benjamín Netanyahu les declare la guerra a los herederos de quien en el pasado los liberó del yugo de la esclavitud.
Los motivos de la guerra suelen ser muchos y las justificaciones de cada parte casi siempre son comprensibles, sin embargo, no hay nada más irracional que la guerra misma. Sin sonar a reaccionario conservador, creo que es tiempo de recordar la figura y las enseñanzas de Ciro el Grande, en cuanto a su compromiso por el diálogo, la tolerancia, el respeto por la vida y la dignidad del otro que constituye en el fondo la propia dignidad.
Vale para Colombia esta reflexión. Necesitamos desarmar nuestras palabras. Comenzar a pensar más como Ciro, en la dignidad del otro, en su naturaleza; respetar su vida y su dignidad. La tolerancia tiene sus límites, eso es cierto, pero dentro de lo que se puede tolerar debemos colocar como emblema el respeto por la vida. Que no haya más víctimas por motivos políticos. Ya se ha derramado demasiada sangre en un país con una historia tan corta pero tan marcada por la violencia y el odio.
Las naciones hermanas de Oriente se pelean entre ellas por razones tan antiguas y nuevas que es muy difícil opinar sin equivocarse. Sin embargo, desde mi punto de vista, en Colombia no existe un conflicto tan insalvable que tengamos que solucionarlo con las armas o a la fuerza, solo es cuestión de creatividad e inteligencia encontrar otros caminos para resolverlo. La dignidad y la justicia social son sin duda un buen comienzo para resolver nuestras diferencias.



