Los dos sombreros 

Por: Fabián Osorio Mosquera

 

Hace unos 40 años dos personajes de apellido Ross y Sicoly realizaron una serie de curiosos experimentos sociales con parejas, equipos deportivos y grupos de trabajo. Consistía en preguntarle a los participantes cuánto creían que habían contribuido –de manera individual– a la ejecución de una tarea. Por ejemplo, en el caso de la pareja le preguntaban a cada uno cuántos platos creía que había lavado durante el estudio. La suma de ambos resultados daba siempre más del 120%, es decir, ambos consideraban que habían lavado mucho más de lo que realmente lavaron y subvaloraban los que había lavado el otro. Exactamente la misma tendencia pasó en los otros estudios.

 

Los seres humanos nos ponemos dos sombreros diferentes para analizar los resultados desfavorables, dependiendo si son los nuestros o los del otro. La lamentable situación del otro se la atribuimos 100% al otro, a lo que es, a su esencia, a sus decisiones y a su capacidad de ejecución. Nuestra lamentable situación, en cambio, es debido a las circunstancias y no tiene que ver nada con lo que somos. 

Pero pasa exactamente lo contrario cuando se trata de la obtención de un logro. El nuestro lo obtuvimos por lo que somos, por nuestro esfuerzo y por lo que hicimos. El del otro porque las circunstancias jugaron a su favor. 

 

Otro experimento evaluó la percepción que tenía una persona después de tener un diálogo con otra, guiándose sólo de su memoria, y lo comparó con la percepción cuando le mostraron un video del mismo diálogo desde una posición de cámara totalmente opuesta. El resultado fue que siempre cambiaron las atribuciones. 

 

Son muchos los estudios que demuestran el sesgo “favorable al yo” y el sesgo del “actor-observador” y son muchas también las causas identificadas: necesidad de control, ahorro cognitivo, disponibilidad de memoria, etc; sin embargo las dos principales son la protección de la autoestima y la saliencia perceptual, que es la posición desde donde estemos viendo el hecho. 

 

Entender que nuestra mente usa atajos para ‘protegernos’ –culpar al entorno cuando fallamos y culpar al otro cuando él falla– es dar un primer paso para dejar de ser rehén de ellos. Renunciar a esos dos sombreros que encontramos tan fácil en el perchero de la entrada de nuestra inconsciencia y tratar de empezar a usar solo el sombrero de la objetividad y del autoconocimiento, nos permitirá mejorar nuestra autogestión, elevar la empatía, incrementar la calidad en nuestras relaciones y tomar decisiones más objetivas. 

 

“No nos perturba lo que nos ocurre, sino lo que nos decimos sobre lo que ocurre”, decía Epicteto, y por eso es que preferimos el autoengaño; sin embargo, es nuestra decisión seguir diciéndonos mentiras para no perturbarnos en el momento, o elegir decirnos la verdad y mejorar para que deje de perturbarnos.

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