Más allá de las araucarias

Por: Pablo Andrés Villegas

Muchas veces es más la bulla del viento que el vendaval que lo azota. Nunca he estado de acuerdo con el apelativo: “ciudad de las araucarias”, aunque soy un amante de la naturaleza y seguramente por el mismo motivo, me resulta inapropiado usar esa expresión para referirme a mi hermoso pueblo natal. Para mí, la villa de don Fermín, es mucho más que los coníferos traídos de Canadá y sembrados en el parque. De allí que me resulte imperdonable que utilicen la impronta de ambientalistas para promover ideologías políticas y bramen los politiqueros por todos los medios rasgando inútilmente sus vestiduras porque cortaron una de las araucarias.

Es insólito que esto pase, mientras callan ante la corrupción que se teje alrededor del teatro municipal. Esos que quieren ser dirigentes se escandalizan porque llegado el final de estos árboles se deba tomar la decisión de tumbarlos, mientras otros se roban el dinero de los colegios y escuelas que aún no se han construido, mientras la Casa de la Cultura lucha por sobrevivir, mientras la farmacia de la Nueva EPS somete a sus usuarios a tratos despiadados e inhumanos negándose el derecho a la salud.

La muerte de las araucarias parece ser el estandarte de algunos que aspiran a alcaldes y concejales, así como la muerte de Miguel Uribe parece comprometer el futuro del país y el establecimiento del próximo presidente. Es triste que la desgracia se nos haya vuelto folklore. Me resulta además profundamente doloroso que en nuestro país se siga matando por pensar diferente. Sin duda no hemos aprendido nada de la historia. No obstante, de allí a que se utilice la muerte de un hombre, o de una mujer, o de los niños, o de los árboles, o de los animales, para elevar un estandarte político si es totalmente brutal y desalmado, tanto para el que lo hace como para el que lo aplaude.

Volviendo al asunto y para ir terminando, Santa Rosa es una ciudad hermosa, su parque embellecido por coloridos jardines y engalanado con esculturas de animales endémicos, al que solo le hace falta un cóndor imponente que sin duda algún artista creará en el futuro; es un parque único, que acoge dulcemente a propios y turistas. Somos ricos en vegetación, existen árboles propios que espero algún día reemplacen a las envejecidas araucarias y que por fin nos enorgullezcamos de algo que sea realmente nuestro: un yarumo, un arango, un cerezo, un guayacán, un aguacate, y tantos otros…

NB: Quiero hacer finalmente un sincero reconocimiento al esfuerzo que se está haciendo por promover un turismo más amplio en nuestro adorado terruño. El lector sabe que soy un crítico del turismo de masas, sin embargo, la oferta en Santa Rosa cada vez es más amplia y se va conociendo la presencia ancestral de los lugares de culto: las montañas sagradas, los ríos divinos, los puntos energéticos y los hermosos templos católicos. El turismo religioso no es solo turismo sino una invitación al silencio y al recogimiento tan necesarios para nuestra acelerada época. Pocos valoran la importancia de-tener-se y ahora nuestra ciudad le apuesta a ello. Felicitaciones.

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