Mi bailarina de ballet

Por: Fabián Osorio Mosquera

Recuerdo con una alta precisión los joyeros musicales de bailarina que estaban en la habitación de mi hermana, o en la casa de cualquiera de mis abuelas cuando yo era niño. No era raro verlos; podría jurar que todos los que me están leyendo en este momento saben de que les estoy hablando y recuerdan haber visto alguno en la mayoría de las casas a las que se iba de visita hace 30 años. El tema es que en mi caso disfrutaba con mis primas del bucle de estar abriendo la caja, escuchar la canción clásica que salía de ella, preguntarme cómo era posible que eso pasara, ver a la bailarina de ballet bailarla, cerrar la caja cuando el baile terminaba y volver a darle cuerda para reiniciar el show, la fiesta y la magia de la muñeca, mientras abuela –después de unos cuantos ciclos– refunfuñaba y lanzaba amenazas de algún castigo por el sonsonete generado, con la poca sutileza que una abuela de esos tiempos podría tener con sus nietos desesperantes y repetitivos en un momento como ese. Bien le escuché a Gossain o a Amat o alguno de estos personajes de radio decir respecto a los nietos hace algunos meses: “el segundo mejor momento del día de un abuelo es cuando les llevan a sus nietos por la mañana, y el mejor momento es cuando vuelven por la tarde por ellos”. 

Lejos estaba yo de imaginar por esos días que sería precisamente una de mis abuelas quien se iba a convertir con el paso del tiempo en una suerte de bailarina de ballet muy a sus 90 años, con el casi calcado movimiento de la pirouette francesa, excepto porque a su edad le es imposible hacerlo sostenida en una sola pierna y por otros detalles que relato a continuación, como que la canción de la bailarina del joyero suele ser “Para Elisa” de Beethoven –tal vez como un curioso guiño de la vida con mi hermana– mientras que las canciones que baila mi abuela son de todo menos clásicas y van desde “Dos días” de El Andariego hasta “La Cantina” de Hernán Gómez; o que en su caso no se le de cuerda sino Piña Colada para que siga su show y su fiesta; o que su vestuario difiere totalmente del tutú y de los zapatos de punta pero conserva la elegancia del caso muy a su estilo; o que mientras baila yo ya no me cuestiono de dónde sale la música sino que solo contemplo agradeciendo a la vida por el privilegio de haberme permitido ser su nieto y por recibir sus cuidados y su cariño, recordando, por ejemplo, cuando dormiamos tres nietos junto a ella en la misma cama para levantarnos a las 5am a la novena de aguinaldos en la iglesia San Vicente, no sin antes recibir sus “tragos” que consistia basicamente en aguapanela y volver con ella a eso de las 7am con algun juguete, listos para recibir su desayuno y con toda la intención de dormir otro rato bajo su esmero; o que finalmente, en este caso, no llegará nunca el final de la magia por más que alguna caja se cierre en algun momento, porque la alegría inocente seguirá siempre bailando alrededor de los corazones que han tenido la fortuna de compartir algún momento con mi bailarina de ballet.

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