El bullying adulto: cuando crecer no es suficiente

Por: Pablo Andrés Villegas

Con regularidad el niño que es acosado en la escuela se convierte en un adulto vulnerable y hasta violentado. En el mismo sentido, el niño o el adolescente que fue un matón en el colegio seguirá siéndolo en la vida adulta. Esto se debe a que como humanos que somos siempre nos queda pendiente algo por madurar. Recuerdo que a algunos de mis compañeros de trabajo les parecía “gracioso” cargar de libros y objetos pesados el maletín de uno de nosotros, me contaban que por esta razón en esa época en que conocí al sujeto en cuestión, éste se mostraba distante, retraído y prevenido. Tengo que confesar que a mí no me hacía gracia y que quise acercarme y conocer el ser humano que había recibido burlas de sus compañeros.

 

Y es que cuando pensamos en el bullying, la imagen inmediata suele ser la del colegio: pasillos, burlas y exclusiones entre adolescentes. Pero lo cierto es que esa violencia no siempre se queda en la infancia. Casi siempre crece con nosotros, se camufla y se vuelve parte de la vida adulta. Este delito se llama mobbing y se ha querido disfrazar con expresiones como: juegos de amigos, bromas pesadas, humor negro, comentarios de confianza, críticas constructivas, decir las cosas de frente, rituales de iniciación, ambiente laboral, entre otros. Cambiarle el nombre no lo hace diferente, porque el impacto sigue siendo el mismo: humillación, desgaste emocional y un golpe directo a la autoestima.

Lo más peligroso del bullying en adultos es que lo normalizamos. Nos convencemos de que “así son las cosas” o de que “hay que aguantarse”. Y en ese silencio, quienes lo sufren cargan con ansiedad, estrés, insomnio o un dolor invisible que rara vez se reconoce. Creo que ha llegado el momento de dejar de mirar para otro lado. De dejar de reír las bromas que hieren, de señalar cuando vemos a alguien ser marginado, de construir espacios donde el respeto pese más que la competencia. Porque la adultez debería significar madurez, no un escenario más sofisticado para repetir viejas violencias.

 

Es irracional, ilógico y hasta inhumano, tener que enseñarles a los niños a protegerse de los ataques que les puedan hacer; tener que enseñarles a defenderse; cuando deberíamos enseñarles simplemente a respetar. El adulto promedio le debe mucha madurez a su niño interior, cuando con sus chanzas y bromas atenta contra la vida, la dignidad o la integridad de los otros; o, en el mismo grado, cuando se ríe de los que lo hacen. Henri Bergson en su ensayo La risa (1900) afirma que la risa puede ser un fenómeno social positivo cuando une a las personas (reír con otros), pero también puede ser cruel y excluyente cuando se dirige contra alguien (reírse de él). Para Bergson, la risa no es neutral: puede integrar o marginar.

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