Apuntes para una biografía anticipada

Por: Pablo Andrés Villegas

Mi primera experiencia escolar fue un desencuentro con la educación, un comienzo fracturado que, sin saberlo, me enseñó más que cualquier lección. A la cuarta vez que dije “eso ya lo sé” -y no era mentira, porque mi primera maestra fue mi mamá, quien me enseñó todo lo necesario para iniciar mi proceso escolar-, la docente me acusó de impertinente e intentó pegarme con la regla. Corrí… escapé para no volver. Me cambiaron de colegio y, durante trece años, mi vida consistió en una búsqueda por salir de ese lugar.

Después vino la filosofía, como una terapia para curar mi corazón herido. Como magia, llegó también la literatura, y en un rincón de mi vida se instaló la poesía. Doce años de actor de teatro me hicieron fuerte. Mi vocación se aclaró cuando fui Voluntario Salesiano; la pedagogía de Don Bosco me conmovió. Al poco tiempo conocí a mi esposa, con quien tuve dos hijos. Terminé mi carrera universitaria y cumplí mi sueño de convertirme en catedrático. Sin embargo, alcanzar esa meta no trajo la paz que imaginaba: me encontré, entre libros, preguntándome qué seguía… hacia dónde quería ir ahora…

La respuesta fue simple: regresar al comienzo, volver a la escuela. Quién lo iba a creer: iba a volver al lugar del que tanto había huido. Irónico o no, ya no era el niño que sabía más que sus compañeros de primer grado. Ahora soy el Profe Filosofante. Hoy les digo a mis estudiantes -cuando se equivocan, cuando son impertinentes o cuando creen saberlo todo- que conmigo no habrá regla, sino escucha, guía y, sobre todo, respeto.

Nicolás Gómez Dávila afirmaba que “educar consiste en enseñar a apasionarse por lo que carece de vigencia”, y es muy acertado este escolio, dado que existe una predisposición a creer que lo nuevo es lo mejor, que la moda es la tendencia y que lo verdaderamente importante es lo momentáneo, lo banal y pasajero. No obstante, la educación debe señalar el camino hacia los valores e ideas que poseen profundidad, trascendencia y una cierta eternidad; es decir, una permanencia que va más allá de las modas y las tendencias.

Por otro lado, esos valores no solo deben perseguirse en sentido académico. Gómez Dávila acierta al afirmar que hay que enseñar a apasionarse. Los jóvenes están llenos de pasiones que, mal orientadas, pueden destruirlos; por eso la educación debe aprovechar ese ímpetu, ese apasionamiento, ese frenesí, para dirigirlo hacia el conocimiento. Solo así podrán encontrar su esencia y mantenerla.

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