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ELSA GLADYS CIFUENTES

EN UNISARC ME SIENTO COMO PEZ EN EL AGUA

Por: Francisco González Medina

Especial para el periódico EL FARO

Y me sorprenderían sus ojos cuando la vi: verdes, como seguramente verde el mar caribeño donde pudo verse “con la primera ilusión de amor en su vida, Rafael Nuñez Juliao”. Un Cadete de la Escuela Militar José María Córdova, al que había conocido en la amurallada ciudad de Cartagena de Indias. Una relación que contaría con la complicidad de su hermana mayor, Lucero, y su cuñado Miguel Darío, pues ellos acolitarían aquellos encuentros. Y frente al mar de sus sueños, Elsa Gladys dejaría navegar su imaginación sin sumergirse en sus profundidades porque le tenía temor y respeto. Olvidándose de que su signo zodiacal correspondía al pez. A Piscis. El mar que le recordaría siempre a Rafa. Al cadete. Y por esas playas por las cuales caminaría con él, se veía también pedaleando con su monarcross. La misma bicicleta donde en su cesta, la joven y bella muchacha de catequesis, transportara la Biblia, el catecismo y materiales de alfabetización. Cuando el convento repicaba en ella y un halo místico forjado en los caminos de su infancia parecía transportarla al silencio de los claustros. De pronto sonríe. Y ahora me doy cuenta que hay luz en su sonrisa. Es bonita. Y le luce el sombrerito que no sé si es café o rosado. Pero que no oculta el color castaño de su cabello. Pienso que puede ser un barbisio criollo. Quizá de Aguadas o de algún pueblo de Risaralda. O recuerdo de alguno de sus viajes al exterior. Pero de donde sea su origen le luce. Su ropa es informal, casi deportiva. Igual se ve muy bien. Y a mí me agrada su sencillez. Ahora su sorpresiva sonrisa me dice que tiene algo que contarme. Retrocedemos. Recuerda que en un examen de Derecho Civil tenía que contestar sobre el origen y el autor del Código Civil Colombiano. Y ella, sin darse cuenta, escribió que el autor era Rafael Nuñez Juliao. No puede olvidar ese momento, sobre todo, cuando la doctora Isaza le preguntó que de dónde había sacado el segundo apellido del expresidente de Colombia. Ahora ríe y yo también. Solo me faltó preguntarle si el apellido Juliao tenía que ver con el de David Sánchez Juliao, el narrador de cuentos, escritor, libretista y costeño. No lo sé. Pero del caribe llega una brisa con olor a esquelas y cartas.  

Cuando el convento repicaba en ella y un halo místico forjado en los caminos de su infancia parecía transportarla al silencio de los claustros

Alguien se deja ver por el ventanal de la sala y ella lo saluda. Cierra los ojos por unos instantes. No sé si un viento o el olor de la montaña le trae el recuerdo de un nombre. Quizás el de Gabriel Germán. Su amigo, con el que caminó durante diez años por fincas de familiares y amigos. Hablándole de la guadua y el bambú, de sus proyectos cuando era ella gobernadora. Amante de la naturaleza, este hombre, intrépido por haberle arrancado unas palabras al libro de Urantia, se las entregaría como una ofrenda. Palabras que tendrían un espacio en el libro de Elsa Gladys haciendo honor a los lazos de amistad y amor que los unía. “Desde Manhattan, MI VIDA A LA CARRERA”, yo lo leería de principio a fin. Sin cansarme, porque su lectura no cansa. Por el contrario, atrae. La vida de esta mujer no deja dudas: los sueños no son ajenos al deseo de que estos se cumplan. ¿En qué tiempo? No sabría decirlo. Pero volvamos a este viaje que no deja de ser un sueño. De pronto respira y entorna los ojos, siempre verdes. Ahora me dejo llevar de su hablar suave y musical, porque hay música en su lenguaje. Dejamos la catequesis y nos embarcamos en la Universidad Libre. Donde estudiaría Derecho. Y donde su espíritu guerrero se hará sentir en el Comando de Juventudes, haciendo parte del frente conservador. Elsa Gladys pertenecía entonces a la Escuela de Alberto Dangond Uribe. Jurista bogotano y escritor. Recordado por la serie en televisión Vida del siglo XX. Antes le pregunto qué la llevó a estudiar Derecho. Y sin vacilar me responde que ha sido una mujer justa y que le molesta la injusticia. Pero también me dice que el Derecho debe guardar distancia y mantenerse lejos de la codicia. Que hay que evitar que el mal se apodere de la justicia. Entonces pienso en mi país. En los años de un conflicto que no parece tener muros ni techos. Y, sobre todo, en quienes ejercen el Derecho. Callamos.

El olor a café invade la mesa de juntas. Son dos tintos con buen aroma. Siento que hemos caído en un vacío. Desde las alturas del piso 48 donde la rectora de Unisarc, desde los rascacielos de Manhattan ejerció como Cónsul del país. Viendo caer nieve. Sintiendo soledad y nostalgia por su tierra. Añorando su clima. Ahora, desde otro país, experimentando las estaciones de Nueva York. Entonces para animarse salía a caminar por las ciclovías o a leer el periódico en la banca de algún parque neoyorkino. Y horas más tarde, desde el frío de los rascacielos, evocando el calor del hogar, “el aroma de las plantas, los aguaceros de las tres de la tarde, la suave brisa de las seis y el viento en la cara cuando montaba en bicicleta por la carretera rural”. Añorando las visitas del “Tío” llenas de cuentos de espantos. Reconoce, sin embargo, que desde su cargo diplomático ha podido acercarse a la realidad de los migrantes hispanos y de otras nacionalidades. Se estremece. Recuerda la conexión con su madre. Su amor por ella. Una mujer caritativa. De la que heredó el compromiso social y su sensibilidad por las músicas y las artes. Mis ojos son los de ella, me dice y suspira. Sabe que fue una niña juiciosa y cumplidora con todos los deberes de la casa. Que a los trece años su corazón se enamoró de un seminarista: Bernardo Olarte. Su amor platónico de infancia. Siempre tuvo la sensación desde chiquilla que un ángel estaba a su lado. Y que ese sentir le permitiría caminar con seguridad. Siente nostalgia de sus abuelos Danilo Cifuentes y Aura Aranzazu. Una “mama grande”, como la de Gabo. De su bisabuelo, Juan de Dios Aranzazu cuando llegó de España. Heredero de la colonización antioqueña del oriente del departamento de Caldas. Volvemos a las calles de Nueva York, a una ciudad donde despertaría a la cultura.  Donde se relacionó con pintores y músicos. Conocería galerías de arte urbano y asistiría a conciertos y tertulias. A óperas y zarzuelas. Y también a la biblioteca de Brooklin. Allí escucharía los versos de la canción Macondo, recordando al premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Entonces estaría de acuerdo con aquél que dijo “el mundo no lo cambiará un fusil, sino el leguaje del arte”. A partir de ese pensamiento cree que con “el arte se puede construir un nuevo lenguaje en Colombia”. Entonces habla con entusiasmo de los festivales de cine en Nueva York. Cree que el impulso que le dio el presidente de entonces, Juan Manuel Santos al Festival de Cine en La gran Manzana, le ha facilitado al país una mejor comunicación con el mundo de hoy contribuyendo a una nueva imagen. Y que haberse alejado de las series peliculeras de narcos ha sido positivo para el país. Vuelve y calla. Como calla el cantor de una de sus canciones favoritas. De ese compositor gaucho Atahualpa Yupanqui. Y en la voz de otra gaucha, Mercedes Sosa. Pero le gusta también la voz de otra argentina, Soledad Pastorutty, intérprete también del folclor y la música popular del país austral. Ahora Elsa Gladys cierra los ojos. Puedo imaginar como ella imagina, viéndose en un escenario. No como espectadora, pero sí como cantante. Porque ese ha sido también uno de sus sueños: cantar. Y por eso se animó a tomar clases de canto y música con una caleña radicada en los Estados Unidos. “Una migrante que había llevado su música a soldados y campesinos, a políticos y empresarios”. Piensa “que, desde el exilio, Mercedes Sosa encarnó la fuerza del género femenino en la historia de América Latina” Siento, dice, “que a Mercedes le apasiona la música social, la voz que protesta en busca de sus derechos y de esa igualdad que ella representa”.

Piensa “que, desde el exilio, Mercedes Sosa encarnó la fuerza del género femenino en la historia de América Latina” Siento, dice, “que a Mercedes le apasiona la música social, la voz que protesta en busca de sus derechos y de esa igualdad que ella representa”.

Sé de su admiración también por Manuelita Sáenz, sobre todo, “por ser una mujer fiel a la causa libertadora y fiel al amor”. Elsa Gladys la considera valiente, sin temor al qué dirán y la ve también como “estratega analista”. De María Magdalena: “una mujer empoderada de fe que supo cambiar el rumbo de su vida”. Elsa Gladys y yo nos hemos olvidado del tiempo. Yo navego por las páginas de su fascinante libro y ella en la memoria de sus tantos viajes. Ahora la veo llorar en un andén, han asesinado a Luis Carlos Galán y ella no lo puede creer. No es liberal. Es azul, como se conoce a los que siguen las banderas del conservatismo. Pero ha muerto un líder, un hombre; y ella no está de acuerdo con la violencia. Es seguidora de Belisario Betancur Cuartas, del poeta de Amagá, de un pacifista. Pero también berrió el día que asesinaron a Álvaro Gómez Hurtado. Creyó que sus seguidores e intelectuales pensaban que la muerte del librepensador hundiría más al país en el desconcierto y la desgracia. Y yo, el autor de esta crónica, siendo liberal, había votado por él las veces que se postuló a la presidencia como candidato del Movimiento Salvación Nacional. Me gustaban sus propuestas. Ahora Elsa Gladys y yo estamos unidos por el recuerdo del dolor, por esa “Colombia Amarga” de Germán Castro Caycedo. La Colombia de la violencia. Dicen que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Y esa es la esperanza. Que un día como dijo el filósofo, cambiemos las armas por los instrumentos. Y creemos que ese día llegará. Que la historia de Colombia será otra.     

Sueña que, de la universidad de Santa Rosa de Cabal, salga un Nobel de Ciencias que le aporte a la productividad del campo. Y que a Unisarc se le recuerde como la mejor academia experimental del campo colombiano.

Dejamos el tema de los episodios tristes y retornamos nuevamente a la carrera política de nuestra invitada. Concejal por su lucha activista y callejera. Por su fuego político en la universidad y en los parques. Y aquí empieza no un libro sino el sueño de una niña que un día, gracias a su disciplina, soñó en ser grande. Y su salto sería a la Asamblea por el departamento de Risaralda. Su gestión en lo humano sería su mayor inversión como ella misma lo reconoce. Y ese sería también su mayor capital para llegar a ser la primera mujer que ocupara la gobernación del departamento. Haber estado cerca de los más humildes y sentarse con ellos en una cocina a tomar aguapanela y comerse un maduro asado con ellos. Conocer bien de cerca sus problemas, las carreteras, las veredas y la región como la palma de su mano, la pondrían al frente de su nueva aspiración. Y sería gobernadora por sus antecedentes de amor y de servicio, incluida su política de derechos en igualdad de género. Y sería gobernadora por méritos, por saberse enfrentar al machismo y a una sociedad que, de alguna manera, quería un cambio en el timón del departamento. Y ese timón tendría nombre de mujer. Y su gestión al frente de los destinos de Risaralda la empujarían a otro escaño: el Senado de la República. Una vida a la carrera que ahora parecía desbocada. Marcada por el designio, Elsa Gladys, tendría un nuevo sitio en el Congreso. Desde allí trabajaría no solo para su departamento, sino para la región del Eje Cafetero. Sus virtudes y su posición frente a la mujer y sus derechos la llevarían como ya vimos al consulado de Colombia en Nueva York. Pero faltaría una nueva empresa: Unisarc. Donde hoy se viene sintiendo “como pez en el agua”. Pero los sueños con este campus universitario también son ambiciosos. Cree que UNISARC es el cumplimiento de uno de ellos. Sueña que, de la universidad de Santa Rosa de Cabal, salga un Nobel de Ciencias que le aporte a la productividad del campo. Y que a Unisarc se le recuerde como la mejor academia experimental del campo colombiano. Y que las nuevas generaciones puedan estudiar Ciencias de la Ruralidad. Y añade que hay tres hombres que Santa Rosa de Cabal debe recordar: Alberto Zuluaga Trujillo, José Ramón Ortega y Víctor Manuel Tamayo. Que está de acuerdo con el voto obligatorio y en la paz total si hay sinceridad en las propuestas y, sobre todo, en quien las proponga. Que la propuesta de un país federal está biche.      

Para terminar, hablamos de sus gustos por la comida. Me dice que le encanta el caldo de huevo con papa y el sancocho de pescado. Y la arepa de Riosucio. Que lleva varios años sin comer carnes rojas. Le preocupa la seguridad alimentaria y la protección del medio ambiente. Y como el Papa Francisco, habla de la Pacha Mama o de la Casa Común. Viajó a Madrid cuando España recién eructaba la dictadura de Francisco Franco. Allí profundizaría sus estudios en Derechos Fundamentales. Me dice que lleva la herencia de los arrieros y campesinos. Que tiene el alma de Bambú, quiere decir resiliencia a los ventarrones porque no se doblegan. Ahora sé que con Elsa Gladys viajan permanentemente la Biblia y la música de Mercedes Sosa. Me confesó también su gustó por la música colombiana, el baile, la salsa y la cumbia. Las películas mejicanas y la lectura. Sobre todo, la poesía y la novela. Se considera romántica y enamorada de la vida. “Somos, a pesar de los errores, una piedra preciosa que no hemos sabido valorar”. Me gusta la narrativa de Elsa Gladys. Pienso que con todo ese bagaje que posee debe dejarse tentar por el duende de la novela. 

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