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LA GUERRA EN COLOMBIA ES HOMOFÓBICA

Por: Valentina Sepúlveda Cárdenas – Abogada

En días pasados pude conocer, por pura casualidad, la triste historia de don José Edith Arias, su compañera de vida Orlivia Barrera, y especialmente la de su hijo José Miguel Arias Barrera. Con su completo consentimiento, compartiré con ustedes los hechos tal y como él los recuerda; así como mis humildes reflexiones sobre la homofobia en los conflictos armados, o más bien lo que deberíamos llamar el ”anti-homosexualismo”.

Ellos vivían en el municipio de Puerto Berrio (Antioquia); don José Edith era un reconocido comerciante, propietario de una tienda de abarrotes, en la cual también trabajaba su hijo José Miguel Arias Barrera, quien desde años atrás había mostrado abiertamente su homosexualidad. Así mismo su compañera y madre de su hijo, la señora Orlivia Barrera, era una mujer emprendedora que, para ayudar con los gastos de su casa, tenía una pequeña tienda en el sitio donde residían. Los  negocios familiares  prosperaban rápidamente, hasta el día en que comenzaron a recibir la visita de un pequeño grupo de hombres (tres si se quiere ser exacto), en el  negocio de abarrotes. Estos individuos; jugando al papel de inocentes clientes; abordaron directamente al señor Arias, presentándose como miembros de la AUC (Autodefensas Unidas de Colombia); grupo que para la época ya delinquía exigiendo el pago de una suma puntual de dinero para su supuesta lucha contra la guerrilla. Dicho de manera popular: comenzaron a vacunarlo.

Las demandas de dinero se hicieron más ambiciosas y frecuentes, por lo que la economía del hogar se fue debilitando, pero aún así, el padre de familia hacía los pagos sin mayor oposición, esperando erradamente que algún día cesaran por si solas.

Todos tenemos un límite.  Tal vez por su personalidad un tanto insolente o por el brío propio de la juventud, un día cualquiera, José Miguel, decidió encarar a estos delincuentes y con voz altiva dijo ¡No más!. Don José Edith no estuvo de acuerdo con el comportamiento de su hijo, empero, las palabras jamás vuelven a la boca de quien las pronuncia; las cartas estaban echadas.  Con la respiración entrecortada por la ansiedad, esperó la respuesta del malhechor.  El facineroso, con una mirada iracunda y diabólica -que José Miguel dice no poder olvidar- sentenció: “A esta loca, la declaro objetivo militar”.

El padre de familia ofreció excusas en nombre de su hijo. Lo regañó para demostrar su desaprobación y ofreció pagar el dinero de inmediato. Pero el humillado criminal se retiró en total silencio, uno de esos silencios que demuestran la veracidad de las amenazas. Aquel aciago día cambió el rumbo de sus vidas.  José Edith, en total secreto, exilió a su hijo en Medellín, apostando al olvido de la afrenta, pero esto no ocurrió.

Tres semanas después irrumpieron en su negocio varios hombres armados, comandados por su cabecilla habitual.  Buscaban incansablemente a José Miguel. Su padre, angustiado ofreció el pago de una generosa “vacuna”, pero el delincuente comentó que el dinero ya no era importante, que él no podía ser la burla de sus jefes por haberse dejado enfrentar por un homosexual. Agregó que si hubiera sido un hombre de verdad, el que negaba el pago de la extorsión, todo sería diferente:  “Un afeminado no me puede ganar, exijo su cabeza”.

Como ocurre con gran parte de las víctimas de esta guerra, don José Edith, su esposa Orlivia y su hijo José Miguel Arias Barrera, escogieron vivir. Abandonaron su terruño y prefirieron esconderse de los malandros, conscientes que la condición homosexual de su hijo, se convirtió en una causal de agravante de la injusta sentencia a muerte contra su descendiente y que lastimosamente ésta es inapelable e imprescriptible.

¡No más guerra, no más homofobia en la guerra, en su lugar hagamos guerra a la homofobia!

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