Opinión

CIENTIFICO FRANKIN GÓMEZ

“Me enamoré de Santa Rosa de Cabal”

Por: Francisco González Medina – Escritor.

Esté médico cuyabro nació en Armenia en el año 1948. Fecha de muy malos recuerdos para nuestro país, pues la violencia de regreso, volvería a bañar de sangre los territorios por donde aún caminaban los espectros de la Guerra de los Mil Días.

De la generación del Club del Clan, el Festival de Woodstock y la Revolución Cubana, este hijo de Francisco Gómez y Edelmira González, abriría sus ojos en la ciudad de Armenia, por cuyas venas corrían ríos de café; y la tierra, que se creía llena de oro, seducía incansable desde el verde de su paisaje, hasta el azul que tenían las nubes en El Parque Natural de los Nevados. Territorio de leyendas que motivarían al escritor santarrosano, Carlos Garzón, a escribir su vigorosa novela épica, como él mismo la define, Código Quimbaya. Y en esta tierra el militar Francisco Gómez y su esposa, construirían también su hogar. Cinco varones y dos mujeres conformaban la nueva familia. Él de Heliconia, Antioquia, y ella del Líbano, Tolima. Unión que se vería afectada por la muerte temprana de la madre. Y que Franklin no alcanzaría a recordar porque apenas contaba con tres años de edad. Y esa partida inesperada haría que, Miryam, la hermana mayor, asumiera el rol de mamá. Y una vez más, la parca, fría e indolente, iba dejando su huella de dolor en las familias. Unos porque morían de enfermedades y otros que no volverían de los campos de guerra.  

Pero la vida continuaba y el pequeño Franklin comenzaba a despertar en un mundo que él mismo solía explorar. Y quizás su amor temprano por la investigación y la disciplina, y por qué no la ausencia de la figura materna, lo llevarían a observar el dolor y la soledad dentro de sí mismo para sentir inclinación por la medicina. La muerte de su progenitora, sería determinante en la elección de su carrera. Y servir a los demás desde la perspectiva de médico, lo motivaría a soñar con una bata blanca y el estetoscopio colgando de su cuello. Pero antes pasarían años para ingresar a una universidad. Recuerda que su padre no se volvió a casar, que nunca lo vio tomando trago ni fumando cigarrillo. Que su voz castrense los reunía para rezar el rosario todos los días a las seis de la tarde en el comedor. Y que, debido a la admiración que sentía su padre por el presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, llevaría él también su nombre. Pero el personaje de esta crónica años después, sentiría más inclinación por la India que por el país del Tío Sam. Lo atraía sin darse cuenta la medicina asiática y los secretos milenarios de un país mágico y extraño.

Franklin Gómez González se había internado ya por los barrios de Armenia y pese a no ser un hombre de estatura promedio, sentía que ganaba con las muchachas que estudiaban en el colegio de monjas, la Sagrada Familia.  Recuerda sonriendo que su primera novia se llamaba Rosa; y que su primera traga, Angélica, había sido la culpable de sus primeras lágrimas. Que usó pantalón bota campana, pero que nunca tuvo el pelo largo ni fumó marihuana. Que en su casa pesó más el rosario que la Revolución Cubana. Y que la música de Carlos Santana como los boleros y las baladas, lo convertirían en un melómano empedernido. Que no es amante de las bebidas alcohólicas ni los burdeles. Sonríe y me habla de la “ñata” Tulia. “El que no conozca la historia de esta celestina, no es de Armenia”, dice. Entonces suelta a reírse. Pienso que, siendo de esta zona del país debe gustarle el bandoneón y la música de Gardel. Y lo pongo a elegir entre el tango y el bolero. Y se queda con este último. Entonces me habla de Lucho Gatica, Genaro Salinas y Toña la Negra. Le encanta también el bolero instrumental, como las obras de arte, entre ellas las del ecuatoriano, Iván Guayasamín. Con las que piensa hacer una exposición para sus amigos, en algún lugar de Santa Rosa, quizás en Cehriscafé de Fernando Buitrago o en el salón de eventos de La Pastelería de César Restrepo, o en la Apostólica. No importa dónde, pero sé que habrá un lugar.

Ahora me dejo llevar de él por los corredores de la medicina. Sé que es un científico de la Cromoterapia, que lleva cuarenta años capacitando médicos a nivel mundial. Que estudió Medicina General en la Universidad de Antioquia. Que es decano de la Facultad de Medicina Holística In Logos International University Inc. de Miami y miembro honorífico del Comité Académico y profesor adjunto del Instituto de Ciencias Médicas de Camaguey, Cuba. Por no hablar más de sus reconocimientos y logros. Sobre todo, por no hacerlo sentir mal, porque es sencillo, porque prefiere el silencio y no la publicidad. Ya el diario El Tiempo de Bogotá y el País de Cali, le habían dedicado una o dos páginas para dialogar con él sobre salud. Desde entonces ha sido amigo del ostracismo, del bajo perfil si se quiere. Pero resulta inevitable hacerse invisible en un mundo que hoy viene aceptando la medicina alternativa como una opción diferente a la tradicional. Por eso él no se sorprende cuando sabe que muchos médicos alópatas, colegas suyos, se están especializando en Medicina Homeopática y otras alternativas. Entonces le pregunto si estamos volviendo a la medicina ancestral. Y no vacila en contestarme que sí.

Que ese conocimiento y la medicina científica nos están llevando a explorar y descubrir más al paciente no sólo en su campo físico, sino en su interior. Sé que ahora me está hablando del alma, de la mente y del espíritu. Creo que ahora estoy flotando, que me puedo sentir en un lugar diferente a donde estoy sentado, quizás en un sitio que no conozco pero que me resulta familiar. Las palabras de Franklin Gómez llegan en voz baja a mis oídos: “La salud no siempre viene de la medicina, la mayoría de las veces viene de la tranquilidad, de la paz en el corazón, el alma y el espíritu”.

La música de fondo, no sé si celestial o terrenal, recorre con su melodía toda la casa. Franklin viste como médico y detrás de sus lentes se mueven también sus ojos de médico sicoterapeuta. No sé si ahora me esté auscultando o quiera descubrir en mí el mundo invisible de mi interior. Del que tengo entendido es también externo y visible. Porque las enfermedades se exteriorizan, vienen de adentro; y ese adentro, me dice, tiene que ver siempre con lo que no vemos. Y lo que no vemos, me recuerda, son los pensamientos negativos, el habla negativa, el maldecir, el vivir quejándose, el renegar por todo. Y ese verbo tiene poder desde el Principio porque puede crear o bien lo positivo o nefastamente lo negativo. Una palabra, un término, me dice puede ser tan poderoso como una bomba.

He olvidado que estamos en Santa Rosa, que hasta hace poco hablábamos de tangos y boleros. De la zona de tolerancia de Armenia, de sus novias y del interés de su padre porque fuera militar. Pero no le pudo dar gusto. Siente que fue un basquetbolista frustrado por su estatura. Pero que fue compensando con el amor que le brindaron sus mujeres y sus hijos. Sabe que no ha sido un Tony Curtis ni un Tom Cruise, pero sí un hombre galante con las damas. Hablamos del juramento hipocrático, de Moliere el dramaturgo francés, del Médico a palos y del Enfermo imaginario, algunas de sus obras. Del odio del galo por los médicos o matasanos como solía llamarlos. Franklin Gómez González llegó de Bogotá a Pereira. “Vine a sanar heridas”, me dijo. Mis heridas porque yo como cualquier mortal soy fácil de herir y de golpear. Pero también a sanar a quienes comprendan que la sanación no es milagrosa sino integral. Que la medicina alópata certifica que el paciente está afectado de una diabetes o de sus pulmones, pero que también tiene tratamiento y cura, sobre todo, cuando el “enfermo” tiene el valor de aceptar que una pena, el odio o cualquier resentimiento lo tiene encadenado. Entonces Franklin Gómez me habla del perdón. “He visto a pacientes sanarse después de haber perdonado algo que parecía imperdonable. Créame que detrás de una enfermedad, la que sea, tiene una causa, y ésta no es universalmente física”. Piensa que la armonía y el equilibrio es una tarea no sólo del médico tratante, sino de la conjunción, cuerpo, mente y espíritu. Que dejó la medicina alópata por dedicarse a las terapias complementarias. Porque vio en ellas el beneficio para la salud humana.

Me confiesa que cree en Dios y que se considera siempre un ganador. Me cuenta que llegó a esta tierra por invitación de unos amigos y se quedó. Que sus hijos están estudiando aquí y que él, como ellos, están felices. “Me enamoré de Santa Rosa de Cabal y creo que aquí disfrutaré de mis últimos años”. Finalmente hablamos de Fenalprensa, Bogotá, de su tarea con los periódicos de provincia. Me dice que fue su periodista científico y que hoy se desempeña como Director Ejecutivo de la misma federación. Que tiene también una maestría en la Universidad del Valle, PNL, Programación Neurolinguística. Sí, este hombre ha dedicado gran parte de su vida al estudio, muchos años quizás. Aún sigue siendo estudioso. Sigue creyendo que sanar es una misión y que dar es lo más gratificante del universo. Muchos títulos y reconocimientos que no cabrían en las páginas de esta crónica. Los hombres se hacen más grandes en el silencio y en el anonimato, dijo alguien. Yo no sé si sea verdad, pero siento que seres como Franklin Gómez Gonzáles, son sencillamente generosos.

Epígrafes

“La salud no siempre viene de la medicina, la mayoría de las veces viene de la tranquilidad, de la paz del corazón, el alma y el espíritu”.

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